La táctica del avestruz
“Para los niños, lo que no ven no existe”.
Se tapan los ojos y se sienten a salvo.
Es una táctica que seguimos de mayores. Nos tapamos los ojos y creemos que así desaparecerá el problema. Disfrazamos la inacción, de pereza y comodidad, cuando la verdad que es pánico lo que sentimos de enfrentarnos a nuestros miedos.
Miedo al abandono, a la soledad, a las críticas. A no ser lo bastante bueno, a no lograr nuestras metas.
A que, si al final conseguimos alcanzarlas, no sea lo que esperamos, o la certeza que la felicidad de hacer lo que nos gusta, no es más que una ilusión inalcanzable.
El miedo termina cuando nos enfrentamos a ese miedo y reconocemos que somos nosotros quien lo creamos.
Si aclaramos nuestros objetivos, es más fácil identificar los pasos que hay que dar para alcanzarlos.
Debemos analizar si lo que deseamos conseguir es en realidad lo que queremos y no lo que pensamos debemos querer.
Muchas veces al contemplar el cambio, nos paraliza la idea de que no somos capaces.
Nos da una pereza horrible dar el salto, cambiar la rutina y lanzarnos con pasión a la tarea de conseguir lo que nos gusta y hace felices.
Esto es algo que cada uno debe definir en base al auto-conocimiento de sus propios valores y capacidades.
En realidad, este miedo se reduce, al temor de salirse del molde fijado por nuestro entorno y la sociedad.
Para sentirse más seguro hay que preparar el camino, planificar y analizar.
Así se acaba con parte de la incertidumbre, a la vez que se refuerza el objetivo.
“La inacción engendra la duda y el miedo». La acción genera confianza y coraje.
Para vencer el miedo hay que destaparse los ojos y salir a trabajar.
Cree en ti mismo
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